Sr. López
Hace muchos más años de los es que prudente confesar, este menda texto servidor de usted, trabajaba de gato (de angora, pero gato), de un Secretario del gabinete de un Presidente de la república que se aprestaba al amargo trámite de mudarse de Los Pinos (entonces residencia oficial de los titulares del Ejecutivo), ante la inminente entrega de la banda presidencial a su sucesor.
Era habitual que al acudir el Secretario a su acuerdo mensual con el Presidente, el del teclado lo acompañara cargando expedientes de respaldo a los asuntos que le trataría, aunque la verdad sea dicha, jamás fue solicitada su presencia ni intervención.
Para el que sería ya su último acuerdo con el Presidente, el Secretario se presentó sin asuntos que tratar y para inmensa sorpresa de este López que ya había desarrollado un severo complejo de florero, se me hizo pasar y no participar pero sí estar presente en la conversación de ambos personajes.
Muy interesante experiencia aunque con sinceridad debe aceptar el tecladista que no entendió prácticamente nada de lo que hablaban los caballeros (que sí lo eran), porque casi se entendían con la mirada, soltaban frases cortas y en lugar de nombres hacían alusiones que solo ellos comprendían.
Ya para terminar el Secretario de repente, dijo: -Qué te preocupa, Presidente –para su servidor estaba más sereno que una estatua de bronce-, y el otro respondió: -Nada, ya saboreo la hiel de la deslealtad –como usted comprenderá no es cita textual, pero más o menos eso dijo.
El Secretario ya poniéndose de pie (pausado él y este menda como resorte), dijo: -Está organizando su gobierno como hiciste tú en su momento, Presidente, nada más (tampoco es cita no sea exigente).
En el coche, ya de regreso a nuestras oficinas, sentado atrás el Secretario (adelante el chofer y el florero), dijo en voz baja, presumiblemente dirigiéndose a mí: -En México el poder se recibe completo y se entrega completo, se ejerce completo y se deja de ejercer igual, completo, si no, se sufren las consecuencias de no ejercerlo o no entregarlo com-ple-to –y en silencio siguió el resto del camino.
El presidente López Obrador sabe que la transformación nacional que él tenía en mente, no se consumó.
Se puede decir si se es de los suyos, que se avanzó pero era tal el desbarajuste que encontró, que se le dificultó la tarea de cambiarle a la patria hasta la manera de andar. Sus detractores hablan de que todo lo que se ha hecho en este gobierno, está mal y eso es cargar mucho las tintas que muchas cosas se han hecho bien porque no alcanzaron a intentar transformarlas, porque eso sí, a lo que le metieron mano, lo desordenaron, lo hicieron inoperable y en más casos de los que se imagina usted, la corrupción tomó pronta carta de naturalización entre las huestes de Morena y del gobierno, no todos pero no pocos.
El Presidente quiere prevalecer como fundador de un movimiento que él mismo ha dicho, es una revolución aunque pacífica, sin darse cuenta que eso suma cero: las revoluciones señor mío derraman sangre y los revolucionarios pacíficos no pasan del discurso y siempre caen en el ridículo.
Tal vez por eso desde temprano recurrió más a llamar transformación su propósito, pero lamentablemente y ya en su penúltimo año de gobierno, la dichosa transformación no acaba de tener forma y nadie la podría definir por su propia naturaleza, la transformación se agotó en el discurso perpetuo (las mañaneras), en insistir en la diferencia (no somos iguales), y en descalificar al pasado y a los adversarios.
Decir lo que no es algo no es definirlo y si por sus hechos se define a los políticos, entonces estamos ante la reedición del más viejo y vituperado PRI, aunque pensándolo bien, ni siquiera es eso porque el viejo partido tricolor imperial, tenía vida interna y claras características primero como instituto político y luego como gobierno.
Como partido tenía vida propia y contrapesos internos, solo los aficionados se creen el cuento de que la palabra presidencial era absoluta y doblaba rieles, nunca; parecía eso porque los presidentes de entonces, no abrían la boca hasta tener la definición interna del partido y en general de las fuerzas de cada caso y entonces sí, a la hora del amanecer ordenaban que saliera el Sol.
Y como gobierno, los presidentes actuaban y decidían escuchando con toda atención a sus secretarios y asesores y no pocas veces a externos del gobierno de probado prestigio en su materia. Por su lado, cada secretaría de Estado era responsable de sus funciones y actuaba conforme a su ley reglamentaria, con autonomía y no necesariamente previo acuerdo presidencial; pero eso sí: no se decidía por intuiciones ni caprichos, no se toleraba la ineficacia ni el error, el régimen podía ser caritativo con algún pillo, a condición de que no fuera escándalo público su actuar y que cumpliera a rajatabla los compromisos de gobierno y los del Presidente.
¿Entonces qué es este gobierno, esta 4T si no es el regreso del fenecido PRI?, pues es el regreso del modo de ejercer el poder de algunos narcisistas de antes, nada más, destacadamente los que peores quebraderos de cabeza causaron a la nación porque concibieron su sexenio como fundacional, inicio de toda bienaventuranza, y a sí mismos como redentores, con lo que acabaron gobernando para pasar a la historia, dejando pasar el presente en que debieron actuar.
Y ese modo de ejercer el poder tiene resaca: les da por conservar el poder, así sea moral, pero indudable, para influir, ser consultados y para la preservación de su memoria, su legado, su proyecto de nación del que no aceptan desviación ninguna (ni zigzagueos). Proyecto imposible, desde 1930 cuando la expulsión de Calles, eso quedó por siempre proscrito.
En este nuestro país, al Presidente se le entrega todo el poder y así, no hay excusa para el fracaso. Los que ejercen bien el poder reciben de premio el olvido (y créame, no es poco); los que lo ejercen mal, les toca el peor castigo a sus ínfulas: la burla perpetua.