Sr. López
Un día en un restaurante, tía Maruca y su marido estaban viendo la carta y él le preguntó con toda amabilidad qué iba a pedir; ella le contestó con el mismo tono, “yo quiero el divorcio”. El mesero, un profesional, se retiró. No hubo pleito, entendían que su matrimonio era un amasijo de indiferencia y mentiras y aparte, decía ella, era muy incómodo hacerse tontos los dos: ella sabía que él tenía amante de planta… y él sabía lo mismo de ella. Mejor aceptar y enfrentar la realidad. A sus hijos, todos grandes, hasta gusto les dio.
Sí, hay cosas sin remedio y lo mejor es aceptarlo. Dejemos para otra ocasión el asunto de si hay países sin remedio (sí los hay, son excepción… ahí luego), y veamos sólo el caso de situaciones irremediables con que a veces se topa uno en la historia.
El factor común de situaciones nacionales sin remedio, es la falla sistémica de las estructuras de administración pública. Curiosamente, jamás ha habido una sociedad podrida, entendiendo por sociedad a la gente que no forma parte de los estamentos del gobierno. La población, si acaso, deja de sujetarse a la ley, va por su lado, pierde el respeto a la autoridad y contribuye con eso al desbarajuste. Y siempre y sin excepciones en la historia, la sociedad reacciona positivamente y con entusiasmo al buen gobierno. ¡Ah!, y por más que prolifere la delincuencia, siempre es minoría.
Es interesante que las situaciones irremediables y las grandes transformaciones en los países, no tienen que ver con la corrupción. Piense en la Revolución Francesa, cuando todo llegó al punto de lo irremediable no por corrupción sino porque el Rey creía ser el Estado (“L’État, c’est moi”, dicen que decía Luis XIV), y eso no tenía más solución que poner de un trancazo a toda la clase gobernante en el basurero, sustituyéndola por representantes de la gente. Repase las causas reales de la Revolución Bolchevique, el hundimiento del Imperio español, la Revolución Gloriosa de Inglaterra… ninguna tuvo como motor la lucha contra la corrupción, que a fin de cuentas, es una meta muy corta, miope.
Por otro lado: las “situaciones nacionales sin remedio”, sí lo tienen, todas y siempre, que la frase significa que no hay solución con los medios ordinarios establecidos, sino que se necesita la renovación de las leyes e instituciones, de la organización política… y el radical recambio de gobernantes.
Tal vez así estamos en México. El “sistema” no da más. Desde 1970, con Luis Echeverría, presentaba síntomas alarmantes; con López Portillo se hizo evidente que ya no funcionaba el modelo; luego vinieron sexenios de “renovación” y “reforma” (de la Madrid y Salinas de Gortari), que sostuvieron el sistema aceptando las exigencias del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, que ante la deblacle económica y la penuria institucional mexicana, impusieron sus métodos y condiciones para reflotar a México, insertándolo en el concierto de intereses del imperio del capital.
Luego del interludio de Zedillo, para atajar una inminente ruptura violenta (asesinatos de Colosio, Ruiz Massieu, el cardenal Posadas y estallamiento del EZLN), vino un primer atisbo de democracia con el cambio de partido en el poder, cuando el PAN tomó el Ejecutivo y en doce años, lejos de cambiar, preservó el sistema y ahora estamos de regreso al PRI, primero con Peña Nieto y su sexenio (no gobierno sino “reality show”) y ahora con López Obrador (gobierno de “stand up”, de ‘estandopero’ madrugador), repuesta en escena del antiguo y aceptado priismo del echeverriato de hace 50 años. Morena es el segundo disfraz del PRI, el primero fue el PRD; negarlo es música de viento.
Así, con la 4T se mantiene en pie ‘el sistema’, esta nuestra peculiar versión del buen gobierno y la democracia, mientras gobiernos e inversionistas del extranjero se alarman al hacerse evidente la discordancia con el proyecto geopolítico del que México forma parte a querer o no, ya desde su ubicación geográfica, y por su pertenencia ineludible al bloque económico más poderoso del mundo, Norteamérica, del que somos parte con y sin T-MEC.
Los analistas de gobiernos y grandes consorcios empresariales extranjeros, profesionales en el tema México, coinciden en la ineficacia de nuestra clase gobernante, hoy refugiada en la prédica de una transformación nacional que en los hechos se embarrancó en propósitos puramente discursivos, no de gobernante sino de agitador social, y reformas fallidas, disimulando con su machacona prédica, esperpentos de corrupción y el derroche de recursos en una colección de proyectos fantasiosos y estériles, resultado de ideología sin horizonte económico ni social. Un desastre.
México en pleno siglo XXI, con la fórmula del ya para siempre ido régimen de partido único, lejos de transformarse, involucionaría; antes que conseguir una ‘revolución de las conciencias’, se toparía con un revulsivo consciente de una ciudadanía del todo ajena a la general sumisión social de siete décadas del siglo pasado.
Con los mismos métodos políticos del fallecido priismo-todo-terreno, no se obtendrían diferentes resultados, con los mismos vicios no se consigue el bien común.
Golpea la realidad la jeta del poder: en pleno quinto año de esta administración no hay síntomas de mejora en los grandes asuntos nacionales y la estrategia de dividir a México en dos grupos enfrentados junto con la reforma a nuestras leyes electorales, ese ‘Plan B’, ratifican la intención de conservar el poder a las chuecas o las derechas, a cualquier precio. Cuidado.
Quien sea que llegue a la presidencia en 2024, debería asumir que los medios ordinarios ya no sirven para enmendar nada, y asumirse como gobierno de transición que cambie lo que haya que cambiar: la cuarta república es ineludible, como tanto ha dicho Porfirio Muñoz Ledo, y construir junto con la ciudadanía, toda, la estructura del México del siglo XXII, sí, el 22 (Luis Rubio, “dixit”).
Se nos acaba la cuerda de la que cuelga todo, ya no vale lo de qué tanto es tantito.