Sr. López
A ver, en serio, ¿cuántos mexicanos conoce que se identifiquen con el “conservadurismo” o con la “transformación”?… suponiendo que la gente supiera bien a bien, qué es el “conservadurismo” o la “transformación”, que de un lado parece ser oposicionismo a todo lo que haga y diga el Presidente y del otro, la mayor sumisión a sus actos y abundantes palabras (prudente este menda, no escribió verborragia, locuacidad ni charlatanería, nótese).
Por supuesto parece que así estuviéramos divididos, pero es solo en los portales de noticias y en las redes que se da esa guerra de teclazos con unos haciendo befa del Presidente y otros defendiendo esa supuesta izquierda a la que no pertenecen ni el Presidente ni sus valedores (sin negar el grupo duro de dogmáticos filomarxistas cercano a él), con un robusto arsenal de insultos y descalificaciones, sospechosamente semejantes y no muy creativos.
Pero en esa injusta justa (diría Góngora), ramplón torneo de majaderías, participa un número mínimo de gentes, frente a las casi 94 millones del padrón electoral. Son apenas unas pocas decenas de personas quienes imponen la atmósfera belicosa, cuando la realidad es que a la inmensa mayoría le importan un reverendo y serenado cacahuate las declaraciones de ambos bandos y las del líder máximo de esta fallida gesta: el tenochca simplex, de lengua se come un plato.
Y no es irresponsabilidad, sino que hemos visto iguales y hasta peores, no por sus dislates, eso no, pero sí por su poderío. Si usted es mayorcito, recuerda a Díaz Ordaz y su método hemático de resolución de controversias (a garrotazo limpio); o a Echeverría y su necedad en opinar de todo y creerse iniciador de un nuevo país, existente solo en su imaginación; o el lópezportillismo que planteaba con seriedad que don José era un Quetzalcóatl renacido. Y todos esos tenían el respaldo de un partido invencible para el que la división de poderes era una mala broma. Y ya ve, todos al basurero de la historia.
Ahora que si usted está tiernito, cuando menos recordará a don Chente Fox que arribó al poder envuelto en aromas de epopeya, que no en balde fue quien desbancó al invencible PRI. Y luego del sexenio de Calderón, alejado de los fulgores del fervor popular, asumió Peña Nieto, por el que deliraba la gente y que nomás llegando al poder, consiguió acuerdos que ni en sueños ningún otro imaginó con todos los partidos entonces grandes, firmándole su compromiso para impulsar en el Congreso las reformas que planteó y consiguió, todas. Y ya ve, también, los dos a la basura. El que derrotó al Goliat PRI y el que le devolvió la vida sin haber leído tres libros. A la basura.
Así que ahora no es como para rezar rosarios a rodilla. Si de verdad fuera tan popular el actual Presidente (que tiene un porcentaje de aprobación similar al de los presidentes anteriores), si en serio la población lo siguiera como el pueblo judío a Moisés, no dedicaría tanto tiempo a insultar, descalificar y minimizar a sus opositores y adversarios.
El Presidente sabe que ha perdido poder. Mucho. En las elecciones intermedias de 2021, los partidos opositores ganaron las elecciones: Morena, junto con el Verde y el PT, consiguió el 42.78% de la votación; los opositores el 46.62%; casi dos dos millones de votos más que el invencible partido presidencial. Y es mucha ventaja, más cuando tres años atrás, en 2018, Morena y compañía obtuvieron poco más de seis millones por encima de todos los opositores sumados.
Fue un descalabro de chipote con sangre. En la CdMx que Morena creía tener escriturada, de 16 alcaldías perdió nueve y retuvo siete, con 20% menos de votos que esos que están “destruidos por Morena”. Y ya ni mencionar que en el Congreso de la CdMx, lograron solo el 39% de los votos. Paliza.
Por esos números es que no se entiende la afirmación presidencial en su tercer informe, cuando dijo que “(…) la oposición no se ha podido constituir para que no se pueda crear una facción con la fuerza de los reaccionarios de otros tiempos, están moralmente derrotados”. Pues… se reconstituyeron y derrotados, derrotados, no parecen: le ganaron las elecciones intermedias. Y la cosa sigue:
Perdió la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y su discurso belicoso y amenazante obró el milagro de la alianza del PAN, PRI, PRD, terceto de mañosos que pueden dar mucha lata junto con MC, al mando de un experto en maniobras de albañal, Dante Delgado, al que no asusta nada (en serio).
Perdió en el Poder Judicial en el que soñaba poder influir con Yasmín Esquivel, derrotada 10-1, goliza ignominiosa. Y luego como la zorra que al no alcanzar las uvas, dijo que no las quería porque estaban verdes, afirma que no quería controlar a la Corte. Seguro que no, por eso defendió con uñas, dientes y muchos insultos a doña Esquivel.
Perdió su reforma constitucional a las leyes electorales y ahora aspira con pocas esperanzas a un “Plan B”, con aroma a berrinche.
Perdió en el INE que no se dobló y en el que todos sus once consejeros, incluidos los cuatro propuestos por el Presidente, aprobaron controvertir en todas las instancias legales ese “Plan B” que una vez que la Suprema Corte lo revise, no podrá aprobarlo por su clara contradicción con la Constitución. Así, no logró el control del Poder Legislativo ni el Judicial ni del INE y:
Perdió la calle que el Presidente también creía tener escriturada, sí, la perdió el 13 de noviembre pasado con la marcha monstruo de “El INE no se toca”; marcha que no disminuyó la contramarcha oficial del 27 de ese mes. Palo dado, ni Dios lo quita.
Y ahora surge un inesperado actor político que no deberían despreciar: el movimiento “Punto de Partida”, encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas, Francisco Labastida, Diego Valadés, José Woldenberg, Francisco Barnés, Dante Delgado y otros, todos muy de tomarse en serio y que solo quieren impedir la instauración de un régimen unipersonal.
Sí, ahora resulta que sí hay ciudadanía y que esperaba los tiempos políticos, no estaba muerta ni andaba de parranda.