Sr. López
Era viudo el muy viejo tío Macro y cuando murió, regresó a Autlán su hijo único, Macro Chico, heredero de la inmensa hacienda disfrazada, que su padre llamaba rancho.
Durante su infancia y primera juventud, Macro Chico vio cómo manejaba las cosas su papá: con órdenes entre dientes y voz muy baja (y más gruesa que baja), que cumplían como mandatos divinos sus caporales y la peonada.
Macro hijo vivía en la Ciudad de México, estudiando largamente en Filosofía y Letras, viviendo de la mesada que recibía pues nunca dio golpe y cuando quiso manejar el rancho como hacía su padre, se topó con que era muy raro que lo obedecieran caporales y peonada.
La cosa terminó a los pocos años cuando por deudas perdió las tierras y se regresó a México. Vivía dando clases de Civismo en una Secundaria.
En la familia le decían Micro.Hace muchos años, este su texto servidor trabajaba para un político de la vieja guardia, viejo, experto y muy curtido que llegó a Gobernador de su estado y el día siguiente a su toma de posesión, citó tempranito a todo su flamante gabinete en el Palacio de Gobierno, y les dijo (más o menos), “Señores, ayer se acabó la fiesta, cada año es el 20% del periodo descontando el sexto, que se nos va a ir en terminar lo que se pueda y preparar la entrega al que siga… ni le tomen el gusto al cargo… a trabajar y me buscan para decirme qué están haciendo, no qué van a hacer”. Salieron todos muy desabridos y uno dijo: -Ya nos regañó y es el primer día –y los trajo al trote.
Otro viejo de esos tiempos, titular de un poderosísimo órgano federal, con el que este menda trabajaba como “auxiliar” (gato, más bien mulo), con el deber entre otros, de estar presente (y mudo), en todos sus acuerdos con los subsecretarios, recibiendo documentos, tomando notas y aprendiendo.
En uno de esos acuerdos, un subsecretario le presentó una propuesta fantástica, con láminas a todo color, cuadernillos con resúmenes de información y tarjetas de síntesis de su maravillosa proposición.
El viejo lo escuchó atento y al final comentó: -Esto no lo permite la Constitución –y el otro puso sobre la mesa un proyecto de oficio que ya tenía listo, dirigido al Presidente de la república para solicitar al Congreso una reforma constitucional.
El viejo con buenas maneras, dio por terminado el acuerdo. Ya solos, dijo: -Nos contratamos para jugar futbol y este me propone pedirle al Presidente que nos cambie las reglas para poder jugar con las manos… vea que el Oficial Mayor le busque relevo –y lo corrió.
A lo largo de varias décadas este tecladista trató y conoció políticos y funcionarios de todo pelaje, buenos también. Lo más impresionante que oyó fue a un expresidente de la república aceptando ante un muy amigo suyo (más o menos, no es cita): -Diez años después veo que tiré a la basura mi sexenio… este país no va a cambiar hasta que el Congreso no se deje mangonear… ¡cuánta lisonja, cuanto servilismo!… y todos tras su propio provecho… -su amigo le dijo que no era cierto, que había sido un gran Presidente y el otro, sonriendo amargo, volteó a ver a este tecladista y dijo: -¿Ve?, no tenemos remedio –murió sabiéndose odiado. Triste.
Esas cosas son de aquellos tiempos del PRI imperial cuando hasta los mediocres no hacían mal papel, montados en una inercia nacional que permitía aparentar que se gobernaba bien. Era otro país en el que el común de la gente no se enteraba de nada, bueno, de casi nada. Era otro país en el que no había competencia por el poder, todo lo decidía “el sistema”, ese misterioso mecanismo integrado por no se sabía quiénes que todo decidían. Era otro país en que el poder presidencial era absoluto en tanto en cuanto no fuera a contrapelo del “sistema”, porque nunca fue realmente absoluto el poder presidencial.
En el “sistema” todopoderoso anidaba la perdición del PRI porque sin tener que competir acabaron por volverse incompetentes y en cuanto el país tuvo un órgano constitucional autónomo, ciudadano, garante de los comicios, el PRI empezó a perder hasta que perdió todo, con un fallido interludio peñanietista que ratificó ante la gente que ya no eran opción… pero fue de tal magnitud esa maquinaria política que no son pocos los priistas que en lo individual son políticos muy capaces, como sucede entre los que nadan en albercas de tiburones.
Al PRI lo lastimó mucho Peña Nieto que llegó al poder para de inmediato desdibujarlo. Luego dejaron que se hiciera con su liderazgo nacional un impresentable como Alejandro Moreno, Alito. Parecía que habían sellado su destino: el basurero de la historia. Pero se sacaron la lotería cuando López Obrador llegó a presidente.
Si López Obrador hubiera manejado con discreta amabilidad a los priistas, si no hubiera emprendido una campaña nacional contra Alito, si no hubiera intentado hacer charamuscas con la Constitución, si no hubiera intentado perpetuarse como el poder de facto nacional… si, si, si no hubiera metido tanto la pata, pretendiendo ejercer el cargo como en los viejos y ya para siempre idos tiempos, estaríamos viendo un priismo nacional echado en brazos del Presidente, votando a favor de sus iniciativas con razonadas sinrazones.
Pero no, el actual Presidente concibe el ejercicio del poder como lo vio ejercer en su juventud. Reacio al estudio, aferrado a ideas caducas, impracticables, que lo sedujeron en la década de los 70’s del siglo pasado. Convencido de que está destinado a salvar el país por voluntad de Dios (como él lo conciba), sin reparar en que la sola idea no es risible pero sí ofensiva: su propuesta es que él, solo él y sin escuchar a nadie, va a determinar el destino de un país de 130 millones de habitantes, país que según él, necesita ser radicalmente modificado, transformado, insultando sin darse cuenta a los millones que lo han construido.
Imposible saber qué veremos, qué nos falta ver, pero lo que no veremos es a un ciego pintar, a un sordo tocando violín, a un paralítico ganando salto con garrocha, ni el retorno de los brujos.