Ernesto Gómez Pananá
Antier, viernes veintitrés de septiembre se cumplieron ocho años de la desaparición de los cuarenta y tres normalistas de Ayotzinapa. Retomo sobre el asunto tres acontecimientos.
El InformeHace poco más de un mes, el dieciocho de agosto pasado, el subsecretario Alejandro Encinas presentó las conclusiones de la investigación que sobre el caso se realizó desde inicios de esta administración.
El resumen: nada que en el fondo de la conciencia de cada uno de los miembros de las familias dolientes o de cualquier otra persona mínimamente informada no se tuviera claro: No hay indicio alguno de que los jóvenes se encuentren con vida. Ya lo sabíamos. En el fondo, exigirlos con vida es una forma de exigir que tragedias -crimines de esta naturaleza- no se repitan nunca más.
La MarchaEl viernes pasado, un numeroso grupo de alumnos de Ayotzinapa marcharon hasta el Campo Militar #1 para exigir castigo para los militares implicados en la matanza estudiantil de sus compañeros. Un desafío a las barricadas militares que se apostaron para impedir una confrontación mayor.
De cualquier forma, los normalistas hicieron pintas, derribaron rejas y lanzaron petardos. Lo de siempre. Lo inédito: hacerlo frente a la tropa y en ese sitio tan dolorosamente significativo.
El riesgo: En un entorno de fortalecimiento de la presencia militar en tareas civiles, los normalistas confrontan y desafían al ejército en su casa.
La rabia y el dolor bien pueden ser innegables, pero confrontar de esta manera al ejército no lleva sino al riesgo de un enfrentamiento que pudiera traer más víctimas -más mártires- y con ello lamentablemente no se devuelve la vida a los cuarenta y tres fallecidos de quienes ya sabemos en términos generales cómo es que fueron asesinados.
Habría más bien que asegurarnos de honrar su memoria e impedir que atrocidades como esta sean sucesos cíclicos, incoloros y apartidistas. Nunca más.
Las filtraciones El día de ayer, en su columna semanal en Reforma, la periodista Peniley Ramírez comparte fragmentos del informe oficial de los hechos de Iguala, y en él se puede conocer información hasta hoy no publicada oficialmente respecto de cómo fueron asesinados los normalistas guerrerenses: disueltos en ácido, descuartizados, incinerados.
Un horror, como horror también es el saber que el entonces presidente Peña Nieto propuso al ex alcalde Abarca incriminarse, con el compromiso de facilitar su huida al extranjero algunos meses después.
El poder buscando exculparse.Como señalé en el párrafo previo, esta información oficialmente era desconocida, aunque versiones paralelas daban esa explicación desde varios años atrás: los jóvenes fueron asesinados arteramente y sus cuerpos tratados de manera indigna, sin misericordia alguna.
Los culpables: difícilmente, muy difícilmente se podrá identificar a todos y mucho menos llevarlos a todos a prisión. Más valdría -insisto- honrar la memoria de los muertos asegurándonos de que en adelante hechos como estos no se repitan y que los jóvenes muertos descansen en paz. México necesita tomar aire y reiniciar. Soltar, perdonar y perdonarse, aceptar que un reinicio desde cero es sano y necesario, y puede ser benéfico si hay compromiso de cambio.
Ayotzinapa quedará, así como Aguas Blancas, Acteal o Tlatelolco, como una tragedia vergonzosa no únicamente en nuestra historia nacional sino también en la historia nuestra como sociedad y ciudadanos que la conformamos, porque los políticos, los policías, los militares, los normalistas, los periodistas, somos nosotros mismos. Ayotzinapa está en Guerrero, no en Noruega.
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