Sr. López
A tío Armando todos lo querían pero le sacaban la vuelta porque era el campeón mundial y olímpico, de la terquedad. Terco de sacarle los más bajos instintos a la Teresa de Calcuta. Terco superlativo, más terco que una pirámide de Egipto, las doce tribus de terquedad era, terquísimo infinito, más que terco, contumaz, que no duró nunca más de un año casado las veces que lo intentó.
Precisemos con ayuda del diccionario de la Academia, que terco es el pertinaz, el irreductible en sus opiniones, tenaz en mantener una opinión, una doctrina o la resolución que ha tomado. Y hay que añadir que se puede ser terco teniendo razón, como el que terquea en que dos más dos, son cuatro, o que el planeta no es plano; siendo otra cosa muy distinta, la contumacia, que es la perseverancia en el error, el sostener el error con tenacidad y dureza.
Nuestro Presidente dice que es terco… bueno, ojalá lo fuera en respetar las leyes, pero lo suyo es contumacia porque se aferra a sus ideas, dichos y decisiones, aunque vayan contra la ley, aunque sean equivocadas, y tan contumaz es que no acepta ni hechos palmarios que prueban sus errores y cuando lo acorrala la evidencia, recurre a sus “otros datos”, a mentir sin sonrojos o a inaugurar obras evidentemente no terminadas y festejarlo como metas cumplidas, sin miedo al ridículo.
En política, la terquedad aun teniendo razón, es mala compañía porque en política o se oye a los demás o se es autoritario; por eso es la división de poderes, para obligar a quien preside el Ejecutivo a dialogar y acordar con el Legislativo y el Judicial. Pero para el político terco las cosas son como él dice o no son y cuando tiene autoridad, la fuerza política suficiente o la falta de escrúpulos necesaria para corromper a los demás, se impone contra todo y sobre todos. En tanto que la verdadera política consiste en alcanzar acuerdos mientras no violen la ley y conseguir resultados que beneficien a la sociedad, resultados posibles aunque no ideales y nunca perfectos, cosa es ajena a la especie.
El político terco y peor si es contumaz, se queda sin interlocutores, acaba rodeado de gente que le da la razón en todo, por interés, por miedo o mediocridad y se equivoca más. Un político así, es un coche sin frenos cuyo volante da vuelta solo en una sola dirección. Y un auto así, nadie lo quiere.
A esa su contumacia habitual corresponde el ataque inmisericorde y hasta calumnioso del presidente contra la Suprema Corte por lo del asunto de la prisión preventiva cuya deliberación iniciaron ayer los ministros. De ellos dijo ayer que no quieren al pueblo. ¡Acabáramos!La Corte debe decidir una acción de inconstitucionalidad y un amparo en revisión, promovidos por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos y algunos senadores, respecto de la prisión preventiva oficiosa, regulada en la Constitución y las leyes, con la que se encarcela a personas en automático, sin saber si son culpables, con el agregado de que los tratados firmados por el país no permiten ese tipo de encarcelamiento preventivo maquinal, por el solo hecho de estar acusado de los delitos sin más trámite que la propia acusación.
El punto es que la prisión preventiva puede ser justificada y oficiosa, la primera se aplica previa justificación ante el Juez de las acusaciones y que el acusado sea un riesgo para la sociedad, las víctimas o la investigación en curso; la otorga el Juez. En tanto que la segunda, la oficiosa, se aplica en automático, con la sola acusación de ciertos delitos y ya luego se verá si hay pruebas o no y si el encarcelado era o no culpable. Una atrocidad legislada en el artículo 19, párrafo segundo, de la Constitución… y hasta ahí no llega la Corte que no puede cambiar ni anular ninguna parte de la Constitución, eso corresponde solo al Poder Legislativo que puede añadirle, quitarle, corregirle. La Corte tampoco puede cuestionar la validez del artículo 167, párrafo séptimo, del Código Nacional de Procedimientos Penales, que legisla la prisión preventiva oficiosa, pues lo hace con sustento en la Constitución. Y el argumento de que no respeta la Constitución los tratados internacionales firmados, es una falacia: la Constitución prevalece sobre los tratados en todo lo que la contradigan, por supuesto.
Los colaboradores del Presidente no se atreven a señalarle sus errores (en privado, como debe ser), y ahora sabemos que tampoco le advierten cuando tiene razón, como es el caso (que la Corte no puede manosear la Constitución), para que modere sus decires porque siendo cierto que el proyecto del ministro que presenta el asunto al Pleno de la Corte propone la anulación de la oficiosa y que todos los encarcelamientos sean justificados, los ministros no van a dar ese patinazo, seguro, pues por más justo que sea, la Corte no puede tachar una parte de la Constitución.
Y ¡vaya que es necesario arreglar lo de la prisión preventiva!, porque resulta que del total de 226,916 presos que hay en el país, 92,595 están en prisión preventiva (cifras a junio pasado, del Cuaderno Mensual de Información Estadística Penitenciaria Nacional). Con un agregado espantoso: de los reos en prisión preventiva que finalmente reciben sentencia, resultan ser culpables solo el 30%, y mientras, los inocentes, presos durante largos años (hay dos casos en que estuvieron 17 años sin sentencia y resultaron no ser culpables).
Sin embargo es un debate inútil e innecesario (háblenle al presidente, no sean gachos): el 9 de febrero de este año, resolvió la Primera Sala de la SCJN que los jueces deben revisar los asuntos de la prisión preventiva cuando el acusado haya cumplido dos meses en reclusión aun cuando se trate de delitos graves. O sea, nomás con eso.
El Presidente no está cuidando los fondillos de la Constitución porque al mismo tiempo exige le aprueben su ley de la Guardia Nacional aunque va contra ella.
Lo suyo es el pleito, el pelotazo, distraer a la gente y desde el poder, sabiéndose intocable, el descontón verbal. Se conforma con eso, tan poco.