Ernesto Gómez Pananá
A lo largo de la semana que concluye, fue tendencia en redes sociales y medios de comunicación el caso del restaurante Sonora Grill, un sitio en el que, según algunas denuncias, se discrimina a los clientes en función de su color de piel.
Testimonios y eso que ahora llaman “hate” generaron ruido alrededor del referido restaurante.
El hecho me recordó una frase -para ser más preciso, vendría siendo una reflexión- que siendo niño, le escuché a mi padre y me marcó:Explicándome las debilidades del sistema capitalista, específicamente su “libertad” la libertad de ir a donde uno quisiera, de salir del país incluso, mi padre argumentaba que un campesino de Tapilula o Pujiltic, difícilmente tenían la “libertad” para poder llevar a su familia a vacacionar a Cancún.
Ciertamente, a diferencia de Cuba o la entonces URSS, donde “no eras libre para salir del país”, ni la ley ni el gobierno se lo prohibían, pero los cinco dólares que ganaba al día en los cafetales o los campos de caña lo hacían más que imposible.
La libertad capitalista, en los hechos, se lo impedía.
Ciertamente mis amigos creyentes del libre mercado podrían argumentar que esforzándose, “echándole ganas”, claro que podrías. Es verdad que sus posibilidades de lograrlomatemáticamente existen y puede que sea un caso entre docenas de miles y lo logre, aunque estadísticamente los casos de éxito financiero para alguien nacido en la pobreza extrema son tan magros como un filete de vaca venezolana.
Dicho lo anterior, quiero traer a cuento dos platillos de la carta del Sonora Grill para mejor referencia de mis fieles tres lectores: Rob Eye de 600 gramos, $1,350; Orden de 4 tacos de tuétano, $590. Si suponemos que el campesino imaginario del que hablaba mi padre ganara hoy el salario mínimo, $172.83 pesos por un día piscando café, hacemos las cuentas, una cerveza (Corona o Victoria. La chela “artesanal” se cotiza en euros) y sus taquitos de tuétano más propina, resulta que hacen falta cuatro días de trabajo para poder pagarlos. La discriminación es más fina y natural. Esta, como se dice ahora, normalizada. No hace falta impedir la entrada ni pigmentar la ocupación de las mesas.
Pero en mi opinión esto se pone aún más interesante cuando intentamos observar con más detenimiento a nuestro alrededor: una hamburguesa de franquicia, un boleto de cine, una caja de cereal, un boleto de avión, una noche de hotel, unos zapatos “de marca”, un café de esos que el tamaño grande es mediano, un servicio en Uber o unas pitayas en el mercado Juan Sabines: la discriminación del capital normalizada, un país en el que la pobreza discrimina a poco más de 65 millones de mexicanos, más de la mitad de su población, su gran mayoría, personas todas mexicanas pero mayoritariamente de piel morena, más morena, muy morena y extra morena. Antes que racistas, más bien somos hipócritas.
Oximoronas 1Pedro Castillo no logra estabilizar su gobierno en Perú. Él mismo es víctima y victimario del racismo que permea en su país: creer que venir de la pobreza y ser indígena son razones que bastan para gobernares es ignorancia, es candor. Es un error de tan poderoso efecto y nocivas consecuencias como lo es mal gobernar un país por corrupción.
Oximoronas 2El Papa Francisco degrada al Opus Dei y le resta privilegios. Bergoglio entiende los tiempos de la iglesia y de la humanidad. Sabe su chamba.
Oximoronas 3Los Caracoles Zapatistas conmemoran hoy 19 años de su creación: aislarse del mundo para crear su propio mundo. Otra forma de entender la transformación y el tiempo.