Ernesto Gómez Pananá
Los payasos son personajes que existen desde hace siglos, alguno de los primeros registros data del año 2500 a.c. con los divirtiendo a faraones egipcios. Aparecen también en la cultura china, en casi todas las cortes europeas y con los incas o los aztecas y de ahí hasta nuestros días permanentemente: hoy día hay payasos para niños, payasos magos, payasos malabaristas o payasos para adultos.
Una de las últimas “novedades” del mundo clown es el de unos personajes que se hacen llamar “Guapayasos”, unos payasos que además son bailarines desnudistas, strippers para explicarlo mejor. Surrealista combinación sin mayores consecuencias: lo peor que puede pasar es que el guapayaso no esté tan guapo, no resulte tan chistoso o ambas y el cover sea un cover desperdiciado.
Pero además de esta combinación, el mundo del humor nos ha dado también desde hace mucho tiempo otra joya, esta si un tanto más costosa que un cover y más prolongada que una noche de mala farra. Me refiero a los comediantes -me refiero a los profesionales, no a los involuntarios- que deciden convertirse en políticos.
Va en el Galimatías de hoy un breve recuento y una reflexión sobre cómo humoristas convertidos en políticos pueden resultar un chiste de mal final.
Coluche.
Entre los casos de nuestra generación, Francia nos dió a Michel Colucci, para la década de los años ochenta del siglo pasado uno de los mejores comediantes de aquel país. Coluche -ese era su nombre artístico- se presentó a las elecciones presidenciales de 1981 con la intención de imponerse al socialista Mitterrand y al republicano Giscard d’Estaing, quien buscaba reelegirse.
El eslogan de campaña de Coluche era “Como siempre hemos votado personas competentes e inteligentes, ahora propongo que votemos a un imbécil que no se entera de nada. O sea, a mí”, al menos intentaba ser sincero.
Para bien -o para mal, todo depende- este candidato comediante desistió y terminó apoyando a Mitterrand. Regresó a la comedia y falleció poco tiempo después. El intento no pasó del primero acto.
Neto.
Junto con su hermano Samuel, James Morales Cabrera produjo y actuó durante quince años el programa “Moralejas”. En el, Nito -Samuel- y Neto -prefiere que le digan Jimmy- personificaban a dos paisanos guatemaltecos y solían burlarse de los políticos: “vienen de campaña, te abrazan, te prometen cosas y luego nanai que te cumplen”. Un día despertó con la idea de ser presidente. Y lo logró.
Guatemala venía de un escándalo de corrupción que tumbó a su antecesor y el electorado centroamericano le dió la victoria a Jimmy en segunda vuelta. Antes de la mitad de su mandato, el poder legislativo votaba su desafuero para investigarlo por financiamiento ilegal a su campaña e investigaba también a su hermano y a su hijo por corrupción. Les repetían el chiste a los guatemaltecos.
El lema de campaña de Jimmy fue “Ni ladrón ni corrupto” y al iniciar su gestión, nueve de cada diez guatemaltecos lo evaluaban. Menos de un año después ya era solo a uno de cada diez “les hacía gracia” el gobierno de Neto. El crossover no funcionó.
Tiririca.
Francisco Oliveira es actualmente diputado federal en Brasil. Ganó siendo el candidato a diputado con más votos en toda la historia de la democracia brasileña. Los lemas de su campaña son monumentos al humorismo político:
«¿Qué hace un diputado federal? La verdad, no tengo ni idea, pero vote por mí y se lo cuento» era tan bueno que incluso hubo un candidato que lo copió en México en el 2012, y había otro que invitaba a sufragar diciendo «Vote a Tiririca, peor de lo que está no va a estar». Demasiada crudeza en un chiste tan breve.
Tiririca va ya en su tercer período como legislador federal. No puede descartarse que un día decida buscar la presidencia verdeamarela ni mucho menos que los brasileños lo boten. De no ser así, la democracia perdería su chiste.
Oximoronas 1
Por respeto a las víctimas de la invasión rusa omito presentar el caso de Volodymyr Zelenzky, el presidente ucraniano, quien además de político, también se acredita como un profesional de la risa.
Oximoronas 2
Esta columna no consideró el caso del gobernador Blanco. Abordé únicamente casos de humoristas con primaria terminada.