José Antonio Molina Farro
“Es preferible tenerlos dentro de la tienda para que orinen de dentro para fuera y no de afuera para adentro”
Lyndon B. Johnson
Ha escrito Tocqueville: “Nunca podrá repetirse bastante que no hay nada más fecundo en maravillas que el arte de ser libre; pero tampoco nada más duro que el aprendizaje de la libertad”. Y sí, nuestra historia, la historia de la humanidad ha sido un esfuerzo dramático y ascensional; una pugna dolorosa por conquistar libertades y derechos que no siempre han fecundado y se quedan en la frialdad de las leyes, códigos y textos. En una hermosa página escribe Linares Quintana: “La historia del hombre es la historia de su lucha por la libertad. El hombre nació para ser libre, y a través de los siglos combate sin tregua para obtener la libertad, primero; para conservarla, luego; y cuando la ha perdido, para recuperarla, iniciando así un nuevo ciclo, en una serie que se repite al infinito en el decurso de los tiempos, sin que nunca la conquista sea definitiva, como si la voluntad divina fuera que por ese medio la llama de la libertad se mantuviera perennemente encendida en el alma humana”. En política nada más exacto que el dicho de Cubran, de que el precio de la libertad es la eterna vigilancia. La libertad se gana en constante lucha, todos los días, todas las horas, y muy caro pagan los pueblos que lo olvidan. Los ciudadanos deben destruir viejos prejuicios de indiferencia y abstención, es tarea de todos, pues es criminal dejarla al arbitrio de habilidosos sin escrúpulos. Un alejamiento prolongado de las prácticas cívicas nos debilita, afecta a todos, afecta la vida institucional y también la salud republicana.
Realicemos crítica constructiva y apasionada, aquella que ilumina y cauteriza. Quede atrás esa búsqueda morbosa de los errores del gobernante y ahoguemoslos impulsos negativos que únicamente se encaminan a destruir; señalar errores sí, pero también aciertos, en una sana equidistancia de los extremos.
Nos movemos en la política como en la atmósfera, sin darnos cuenta de que todo lo envuelve y lo penetra, aún aquellos hechos que por su lejanía parecen serle extraños. Incluso la gestión administrativa será más robusta y benéfica cuando se vea a la política como un esfuerzo organizado de los gobernantes a favor del bien común, y no un laberinto de concupiscencias y ambiciones. Nada más hermoso que una actitud rebelde y activa para ensanchar las libertades civiles y políticas, ya que jamás en ningún tiempo ni en latitud alguna, pueden pecar de excesivas. Es el ambiente que necesita el espíritu humano. El más elocuente de los tribunos españoles decía: “No importa; absolutamente no importa que nieguen la libertad nuestros enemigos; negad el aire y él continuará alimentando la combustión de vuestra sangre; negad la luz y la luz continuará extendiendo su calor por el universo. La libertad es como la luz y como el aire; sostiene a los vivos y pudre y descompone a los muertos”.
Estoy muy lejos de ser un enamorado de museo, lejos de mí una sumisión ciega a lo que fue. Sentir nostalgia de lo pretérito es sustraerse al hoy, al mundo de los vivos. Sí considero prudente recuperar lo mejor de nuestra historia, somos deudores en gran parte del pasado. Hemos progresado, vaya que sí, en los diferentes campos de la ciencia, la salud, la tecnología, las artes y la cultura, pero quién puede negar la sabiduría de los Diálogos de Platón, las hermosas esculturas de Fidias y Policleto. ¿Se ha edificado algo más hermoso que el Partenón? ¿Se cometen hoy menos delitos que en el reinado de Augusto? Lo que digo es que lo verdadero y grande de nuestros antepasados sirva de base al nuevo esfuerzo creador. No asesinar al pasado, no negarlo ni estigmatizarlo, para modelar una existencia mejor. La complejidad de la vida moderna aumenta de forma inusitada. Todo se complica cada día, los problemas que hoy se plantean son muy intrincados, y cada vez es menor el número de personas cuya mente está a la altura de esos problemas. No faltan los medios. Faltan cabezas. Esa es la tragedia.
No me resisto a citar a Xifra Heras, “El papel que desempeñan las ideas en la historia de la Humanidad, aunque no sea exclusivo, es, sin embargo, innegable y fabuloso. El pensamiento opera sobre la realidad, y ejerce una actividad creadora cuando reflexiona sobre ella y la transforma, dirigiéndola hacia una actividad racional, produciendo a su vez nuevas realidades que conducen a un nuevo pensar en el decurso de la historia humana”. Para Meinecke las ideas no son “puras sombras ni teorías grises, sino sangre vital de las cosas convertida en sangre vital de los hombres llamados a representar el papel esencial de su tiempo”. Herder, por su parte, “una historia de concepciones doctrinales podría considerarse como la clave de la historia de los hechos”.