Sr. López
Tía Cleta (Anacleta, la pobre, de las de Autlán), estuvo casada toda su vida con tío Marianito (de los 16 años a los 87, cuando enviudó, es toda la vida). El tío ese era un tipo tontón y buena persona pero por encima de todo, mitómano, lo que nos resultaba simpático a los que lo oíamos de vez en cuando, porque era divertido escucharlo decir cosas como que él había dado a Cárdenas la idea de expropiar el petróleo; sus peripecias cuando casi lo matan por haber descubierto la fórmula de la Coca Cola; que tenía un método para ganar la Lotería y Gobernación le tenía prohibido comprar billete; o que él le había regalado la letra de ‘Madrid’ a Agustín Lara, para ayudarlo a reconquistar a María Félix que “andaba de güila por allá y ¡para qué son los amigos!”. Un día este menda preguntó a la abuela Elena cómo había aguantado tía Cleta vivir con un señor así y respondió: -“Ni lo oía, hijito, para no matarlo y acabar en la cárcel -pues sí.
A veces este su texto servidor piensa que los pobladores de esta nuestra risueña patria, padecemos del síndrome de tía Cleta, respecto de un número no menor de los que se dedican a la política y en particular de nuestro Presidente.
No son ganas de cargarle la mano a quien carga con la responsabilidad de gobernar el país, este país -labor que hace ver como cosa de niños los doce trabajos de Hércules-, sino la inevitable conclusión a que lleva la insistencia del Presidente en dos cosas: hablar y decir cosas que ni el tío Marianito.
¿No?… ¿exagera el tecladista?… ¿de veras?… bueno, revise solo un tema, el del Covid 19: este Presidente ante la amenaza de la pandemia, aseguró el 28 de marzo de 2020: “No es, según la información que se tiene, algo terrible, fatal; ni siquiera es equivalente a la influenza”, cualquier fanático del tío Lolo puede pensar que lo dijo para no espantar a la población, de acuerdo, pero eso no esfuma que dos meses antes, el 30 de enero, la Organización Mundial de la Salud (OMS) la declaró “emergencia de salud pública de importancia internacional” y después, el 11 de marzo, la reconoció como una pandemia, una epidemia internacional; sí había información, era y es algo muy grave.
El Presidente, el mismo 28 de marzo, abanicándose con las alertas de la OMS, aseguró: “Estamos preparados para enfrentar el coronavirus”… ya antes, el 2 de marzo de 2020, había explicado que la alarma sobre el virus, era una especie de campaña: “Ha resistido nuestra economía, sobre todo el peso, aguantó esta primera etapa de ‘propaganda’ sobre el coronavirus” (¿propaganda?… ¿de quién, para qué?).
Hay otras afirmaciones de las que no le pongo la cita porque usted sabe que sí recomendó salir, abrazarse y para evitar el contagio, usar estampas religiosas aparte de no mentir, no robar ni traicionar; y que también afirmó que la pandemia le vino “como anillo al dedo”… y falta la explicación de esto, ¿cómo anillo al dedo?
Así las cosas, el 26 de enero de 2021 se publicó el “Ranking de resiliencia Covid” elaborado por Bloomberg, en el que “México se consolidó como el peor país para estar durante la pandemia”, entre 53 naciones de diversas regiones del mundo.
Sin OMS y sin estudios de nadie, uno supondría que a estas alturas, casi medio millón de muertos después, el pueblo bueno saldría a las calles a seguir las instrucciones del tango de la zarzuela ‘El bateo’, y hacer de carne humana la estatua de Robespierre (carne de funcionario, se entiende), pero acá, territorio de tía Cleta, nada.
Sobre la pasión por hablar de nuestro Presidente hay poco que decir ante la sola conferencia diaria de prensa, bautizada erróneamente como “mañanera”, siendo que es “madrugadora”, por su naturaleza de madruguete cotidiano para dirigir la atención de los medios de comunicación a lo que sea, menos a los graves asuntos en fermentación que aquejan al país. La madrugadora no está dirigida al consumo del ciudadano, es una operación de distracción de la prensa. En diciembre pasado la encuesta de El Financiero, encontró que el 9% de la población sí ha visto alguna madrugadora (alguna), el 22% vio algún resumen y el 69% no las ve.
El Presidente sabe bien que no hay antecesores suyos en tan alto cargo, que hayan pagado sus mentiras o afirmaciones de fantasía. Echeverría en su sexto informe -1976- dijo sin morderse la lengua: “(La política económica) ha permitido realizar el gran avance económico que queda como legado” (y le aplaudieron); López Portillo aseguró que administraríamos la abundancia; de la Madrid, en 1982: “Lucharemos contra la desigualdad de manera realista, permanente y duradera”; Salinas, en 1988: “El bienestar de cada familia tendrá que ser la medida de la prosperidad de la nación (…)”; Zedillo, el 1 de diciembre de 2000: “Según evaluaciones técnicamente bien fundadas, el Progresa está probando ser un instrumento sumamente eficaz de la política social para enfrentar la pobreza extrema”; don Fox, cuando se terció la banda presidencial, en 2000: “Creceremos al siete por ciento anual (…)”. Y sorpréndase, fuentes confiables aseguran que todos duermen a pierna suelta.
Ninguno fue rehén de sus palabras y no será distinto con el actual, ¿por qué?, porque así somos, un pueblo peculiar de machos chillones, juaristas que besan la mano al cura; orgullosos de México pero con complejo de inferioridad ante lo venido de fuera, música, modas o comida (hamburguesas, pizzas, jotdogs… y ya hay exquisitos que paladean comida “tai”). Sólo en los chistes el mexicano es el más listo y le gana a todos.
Sin embargo este Presidente a diferencia de los anteriores, entregará junto con la banda presidencial una montaña de muertos y eso no es tan fácil que pase desapercibido; bastará una denuncia -una sola- como la que ya enfrenta López Gatell, para que ande en averiguatas y va a estar muy difícil que diga que no dijo lo mucho que dijo y que sí hizo lo que nunca hizo. Podrá evadir las consecuencias judiciales, pero en la historia su transformación será el sexenio de la gran matazón.