José Antonio Molina Farro
“La historia no ha acabado. Tenemos todavía que descubrir, alcanzar, tocar, abrazar a tantos de nuestros hermanos y hermanas, como nuestros brazos sean capaces de sostener. Y ninguno de nosotros reconocerá su humanidad si primero no reconocemos la de otros”.
Carlos Fuentes
La Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el 24 de enero Día Internacional de la Educación en celebración del papel que la educación desempeña en la paz y el desarrollo. “Sin una educación de calidad, inclusiva y equitativa para todos y de oportunidades de aprendizaje a lo largo de toda la vida, los países no lograrán alcanzar la igualdad de género ni romper el ciclo de pobreza que deja rezagados a millones de niños, jóvenes y adultos”. Audrey Azoulay Directora General de la Unesco envió un mensaje prolijo de cifras. No nos detendremos en ellas. Baste decir, “No podemos seguir haciendo lo mismo de siempre… debemos repensar la educación… forjar un nuevo contrato social… orientar la transformación digital hacia la inclusión y la equidad. Apoyar a los docentes… salvaguardar al planeta…”
También de Carlos Fuentes: “Corremos el peligro de un apartheid a escala mundial. Las alambradas de hecho y de derecho separarán para siempre a ricos y pobres, capaces e incapaces, sanos y enfermos, oscuros y claros. Un mundo que nos dejará a todos sin rostro o con una sola máscara, la del robot feliz”.
La experiencia de otros países nos revela que puede haber un círculo virtuoso en que la inversión estimula el conocimiento y el conocimiento a la inversión. No hay duda, el insumo principal de la producción y el progreso es el conocimiento. Invertir en educación de calidad es la fórmula más barata para salir del subdesarrollo. Hay gobernantes que no lo entienden. Nuestro capital intelectual, en términos generales, es insuficiente y de mala calidad. Sin reforma educativa cualquier reforma económica está coja, por la ausencia, precisamente, de capital intelectual que consolide los cambios estructurales e incorpore al país a la nueva dinámica mundial. La educación de excelencia es la piedra de toque del desarrollo y prosperidad de la nación, es la gran industria del siglo XXI. Lo decía Bolívar “es la clave de la libertad”, la que define el destino de los pueblos. Es el epicentro del progreso humano. Y en México la brecha del conocimiento digital es uno de los principales factores de exclusión. La modernización educativa no puede esperar, toda la fuerza del Estado debe orientarse a ello. Gobernar es tomar decisiones, y tomar decisiones es afectar intereses. Hay que saber diferenciar la tolerancia de la indiferencia suicida. Lo decía don Jesús Reyes Heroles “Quien busca complacer a todos acaba por gobernar a nadie”. Las obligaciones impuestas por el Protocolo Modificatorio del T-MEC demandan también una revolución de la enseñanza… y de las consciencias. Hacer atractivo al país para los inversionistas nacionales y extranjeros impone la necesidad de una enseñanza moderna y de excelencia, que sin perder valores cívicos y su contenido humanístico, se oriente a cubrir lagunas tecnológicas precisas. Generar las condiciones para que el sistema educativo deje de ser una fábrica de desempleados y se convierta en una inversión de alta rentabilidad para el país. Es el insuficiente capital humano de calidad, aún todavía más que la falta de inversión en capital físico lo que impide que los países pobres se igualen a los ricos. Los ejemplos sobran. No hay imperativo mayor. Somos testigos de un proceso que todo lo globaliza. Los países se apresuran a generar las condiciones para su inserción exitosa en la revolución 4.0, la automatización, la digitalización, la robotización, la inteligencia artificial, el internet de las cosas.
Necesitamos una pedagogía de la deliberación crítica. Generar nuevas creencias, esperanzas, ideas políticas, trascender el hoy y repensar el futuro. No podemos cerrar los ojos a la tragedia de nuestros jóvenes sumidos en el desempleo, subempleo, la informalidad y los empleos precarios. Sus estudios no se convierten en valor de cambio, de inserción social. La fuerza del desencanto está presente, y son presa fácil de la delincuencia. Hay que incluir a los jóvenes en las prioridades de la agenda nacional. Están, sí, pero en programas asistencialistas y temporales que no resuelven su futuro. Hay que fortalecer capacidades para ampliar oportunidades. Hay que insistir, persistir, volver a empezar, de nuevo Gramsci, “La indiferencia es el peso muerto de la historia”. Tomemos partido por una educación de excelencia. Gobierno y sociedad estamos obligados. Son tiempos de incertidumbre y ansiedad, hagamos todos una tregua inteligente, aprendamos de nuestros errores, sin credos ni dogmas de doctrina correcta. El Centro de Estudios Espinosa Iglesias nos dice: “74 de cada 100 mexicanos que nacen en la base de la escalera social, no logran superar su condición de pobreza”. Creo es ocioso hablar del drama educativo chiapaneco.
Cuando entrañables y talentosos amigos me dicen que vivo en el reino de las utopías, recuerdo a Scott Fitzgerald en lo más alto de su depresión alcohólica y literaria, “La prueba de una inteligencia superior es saber que las cosas no tienen remedio, y sin embargo mantenerse decididos a cambiarlas”, o a José Ingenieros, “En las utopías de ayer se incubaron las realidades de hoy, en las utopías de hoy palpitan las nuevas realidades”, y que decir de Alberto de Lamartine, “Los sueños utópicos son a menudo verdades prematuras”.
P.D.
“La esperanza es el sueño del hombre despierto”.
Aristóteles